Se inauguró en el espacio de arte “Lido Iacopetti”, la muestra “Postales” de Mario Bértoli, ex alumno del Colegio, promoción XCIII.
Compartimos la semblanza escrita por el propio artista para presentarse:
“Nací en 1965 y desde entonces vivo en el barrio.
Hay lugares que recordaré toda la vida aunque algunos han cambiado, y algunos, no para mejor.
Sé que vi la llegada del hombre a la Luna aunque no la recuerdo.
Los dibujos animados eran en blanco y negro, y los de García Ferré tan divertidos como los extranjeros.
Festejé las trompadas de Monzón a Nino Benvenuti, me reí de los cachetazos de Biondi, Firulete y los Tres Chiflados. En casa tuve la suerte de conocer el tango que se escuchaba en la radio y en las fiestas se cantaba folklore y se bailaba a los Beatles, Sandro y Palito Ortega.
Tuve la suerte de conocer la escuela a la que acudían los chicos del barrio, y con ellos a jugar en la calle.
La calle era un lugar seguro, pese a los secuestros, atentados, amenazas de bomba, bombas y desapariciones. La violencia doméstica, de género, los adultos que no nos hablaban eran un marco de referencia que la cultura joven comenzaba a resquebrajar.
Tuve la suerte de ver al Boca del Toto Lorenzo, a Galíndez ganar limpiándose la sangre en la camisa del árbitro y a Reutemann quedarse sin combustible a poco del final.
En sexto grado le dijeron a mi vieja que debía cortarme el pelo. Raro.
El Colegio Nacional era la puerta de entrada a la Universidad y la promesa de una educación humanista, laica y de poder canalizar una vocación. Rendí examen para ingresar e ingresé pero el colegio había cambiado como había cambiado todo.
Las calles del barrio más grises que nunca.
Cursé el bachillerato entre 1978 y 1982 y durante esos años en las aulas del colegio docentes, no docentes y alumnos rumiamos la idea del inevitable fracaso de todo intento de cambio social.
Tuve la suerte de salvarme de la colimba y terminé el colegio sin llevarme ninguna materia pero con la sensación de tener asignaturas pendientes.
Llegó la democracia y el Nacional cambió, la calle cambió, se llenó de gente, de pintadas , de grafitis, de edificios altos, de edificios feos, de luces, de carteles, de voces y de gritos.
Pasaron los años y pese al fracaso de distintos intentos de cambio, la idea que rumiamos en el Colegio sigue siendo para mí un fatalismo que nunca terminé de digerir.”



